Seis poemas de Andrew Marvell Saltana Revista de literatura i traducció A Journal of Literature & Translation Revista de literatura y traducción
Bermudas
Where the remote Bermudas ride,
In the oceans bosome unespied,
From a small boat, that rowed along,
The listning winds received this song:

   "What should we do but sing His praise
That led us through the watry naze,
Unto an isle so long unknown,
And yet far kinder than our own?
Where he the huge sea-monsters wracks,
That lift the deep upon their backs.
He lands us on a grassy stage;
Safe from the storms, and prelate's rage.
He gave us this eternal spring,
Which here enamells every thing;
And sends the fowls to us in care,
On daily visits through the air,
He hangs in shades the orange bright,
Like golden lamps in a green night.
And does in the pomgranates close,
Jewels more rich than Ormus shows.
He makes the figs our mouths to meet;
And throws the melons at our feet.
But apples plants of such a price,
No Tree could ever bear them twice.
With cedars, chosen by His hand,
From Lebanon, He stores the land.
And makes the hollow seas, that roar,
Proclaime the ambergris on shoar.
He cast (of which we rather boast)
The Gospel's pearl upon our coast.
And in these rocks for us did frame
A temple, where to sound His name.
Oh let our voice his praise exalt,
Till it arrive at heavens vault:
Which thence (perhaps) rebounding, may
Eccho beyond the Mexique Bay."

Thus sung they, in the English boat,
An holy and a chearful note,
And all the way, to guide their chime,
With falling oars they kept the time.





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Las Bermudas
Traducción de Nicolás Suescún
Donde las remotas Bermudas cabalgan
sin ser vistas por el pecho del océano,
desde un navio pequeño que bogaba,
los vientos atentos esta canción oyeron:

«¿Qué habríamos de hacer sino alabar
a quien por el liquido dédalo nos trajo
hasta esta isla ignota desde siempre
y no obstante más grata que la nuestra?
Allí donde aniquila magnos monstruos
del mar que alzan en sus lomos las honduras
nos posa suavemente sobre un prado
a salvo de los rayos y la ira del prelado.
Nos donó esta perdurable primavera
que esmalta por doquier todas las cosas,
donde a las aves, en sus diarias visitas,
por los aires, pone a nuestro cuidado,
cuelga en las sombras las naranjas,
doradas lámparas en una noche verde,
oculta en las granadas relucientes joyas,
más preciosas que todas las del Asia,
hace que los higos hallen nuestras bocas
y nos arroja melones a los pies,
siembra piñas de tan incalculable precio
que no podría repetirlas ningún árbol.
Con cedros del Líbano, uno tras otro
escogidos por su mano, abastece la tierra
y hace que los hondos y rugientes mares
nos muestren en las costas los corales.
Él echó (en cierto modo orgullo nuestro)
la perla del Evangelio en nuestras playas,
y sobre estas rocas un templo construyó
donde su nombre pudiera resonar potente.
¡Oh, dejad que nuestra voz su elogio
aumente y lo lleve a la bóveda del cielo
desde donde, tal vez, al rebotar pueda
hacer eco, allende el Golfo Mexicano!»

Asi entonaron en ese barco inglés
aquella música alegre v sacrosanta.
y al navegar, para llevar la melodía,
con rítmicos remos el compás marcaron.





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Derechos de autor Diálogo entre el cuerpo y el alma Seis poemas de Andrew Marvell