Saltana Dos 'discursos' de traductores de la Ilíada (ss. XVIII-XIX) Revista de literatura i traducció A Journal of Literature & Translation Revista de literatura y traducción
NOTA EDITORIAL

José Mamerto Gómez Hermosilla (1771-1837) estudió latín, retórica, filosofía y teología en diversos colegios religiosos de Madrid y Getafe. De 1795 a 1808, se dedicó a la enseñanza, sobre todo en los Reales Estudios de San Isidro, donde aprendió griego con Casimiro Flórez Canseco, del que terminaría siendo sustituto en la cátedra. De ideas afrancesadas, fue diputado de la Junta de Bayona y sirvió a la administración de José I Bonaparte, hecho que lo obligó a exiliarse entre 1813 y 1820. Durante el exilio, enseñó retórica en Montpellier y griego en París. A su regreso, durante el Trieno Constitucional, colaboró con Alberto Lista y otros afrancesados en la fundación del periódico El Censor (1820-1822), así como en la del colegio de San Mateo, un centro de enseñanza secundaria ecléctico y modernizante para los hijos de las élites aristocrática, militar y burocrática, del que sería profesor de lenguas clásicas. Tras la restauración del absolutismo monárquico en 1823, publicó El jacobinismo, una obra en la cual atacaba a los liberales exaltados del Trienio y rechazaba la Constitución de Cádiz, en consonancia con la deriva cada vez más reaccionaria de algunos afrancesados. La aproximación a Fernando VII le permitió ocupar, además, la secretaría de la inspección general de instrucción pública de 1825 a 1835. Su traducción de la Ilíada en endecasílabos, publicada en 1831, fue el resultado de un trabajo ingente iniciado varias décadas antes y se convertiría en la más leída del texto homérico durante el siglo XIX, relegando al olvido la anterior de Ignacio García Malo; su interés por el griego lo llevó a redactar asimismo una Gramática de la lengua griega, con un apéndice sobre su verdadera pronunciación, que quedaría inacabada. Junto con su actividad como helenista, Gómez Hermosilla ejerció una nada despreciable influencia en el sistema educativo como preceptista gracias al manual Arte de hablar en prosa y en verso (1826), de factura neoclásica, y como introductor de la gramática filosófica francesa por medio del tratado Principios de gramática general (1835). La presente reproducción del discurso preliminar a la traducción de la Ilíada sigue la grafía del original impreso. (S)

 
Hace ya bastantes años que para mi uso particular, y sin ánimo de imprimirla, emprendí esta traduccion de la Ilíada; mas apenas habia escrito el borrador del primer libro, me obligaron á suspenderla forzosas ocupaciones de muy distinta naturaleza, y aun llegué á perder la esperanza de continuarla algun dia. Sin embargo, variada mi situación, he logrado concluirla; y la publico para que, mientras no se dé á luz otra mejor, puedan nuestros jóvenes estudiar en ella tan admirable poema con menos disgusto que en la de García Malo, la sola que teniamos hasta ahora.(1) Y no será inútil que ántes de empezar su lectura pasen la vista por las siguientes observaciones, relativas á la persona y las poesías de Homero, al punto de vista en que deben colocarse para juzgarlas, al sentido en que se ha de entender la parte mitológica, y á la traduccion que les ofrezco.


De Homero y sus poesias

Si yo me empeñara en dar aquí una idea por sucinta que fuese, de todo lo que se ha escrito y disputado sobre la persona de Homero, y sobre sus dos poemas; tendria que componer, en lugar de prólogo, una obra voluminosa. Así, me limitaré á indicar sumariamente lo poco que hay de cierto en cuanto al autor de la Ilíada, y lo mas necesario de saberse acerca de sus poesías en general.

Es un hecho indudable que á mediados del siglo 10.º antes de la era vulgar existian en Grecia, se cantaban públicamente, y se oian con admiración, dos poemas épicos; uno sobre la guerra de Troya, con el título de Ilíada; y otro con el de Odisea, (2) sobre la vuelta de Ulíses á su patria; y que estas dos obras eran generalmente atribuidas á un poeta llamado Homero. Se duda, sin embargo, si este era su nombre propio, o un apodo alusivo á su ceguera; se ignora quienes fueron sus padres; y ni aun se sabe siquiera la ciudad en que nació, disputándose hasta siete el honor de haberle producido.

Debe tenerse por averiguado que estos dos poemas fueron escritos desde su orígen, ó por mano del autor, ó dictándolos él á otro si por la falta de la vista no pudo hacerlo ya por sí mismo cuando los compuso. Porque es imposible que siendo tan largos se transmitiesen íntegros por simple tradicion oral hasta Licurgo, en cuyo tiempo consta que ya existian algunas copias.

Es constante que el autor de estas poesías, aunque ya adulto quedase ciego, como se supone y él mismo lo indica en la Odisea, no lo fue de nacimiento. Porque es fisicamente imposible que siéndolo hubiese tenido ideas tan claras de los objetos visibles, y los hubiese pintado con tan vivos y verdaderos colores.

Es necesario que un hombre tan sabio, tan fino, y tan culto, como él se muestra; un hombre tan versado en las cortes de los Reyes, y tan instruido en las historias y genealogías de las familias ilustres, hubiese nacido él mismo de padres no vulgares, recibido una educacion esmerada, tratado con los primeros personages de su edad, y gozado por algun tiempo de considerables bienes de fortuna. Y de consiguiente puede tenerse por cierto que no fué desde su niñez, como quieren algunos, un mendigo que ganaba la vida cantando coplas de ciego. Pudo acaso quedar pobre en la vejez, ó por la sola pérdida de la vista, ó por otras desgracias que le sucediesen; pero es imposible que un pordiosero hubiese adquirido tanta ciencia, ni hecho los muchos, largos y costosos viages que indudablemente hizo. Porque sin haberlos hecho es imposible también que hubiese hablado con tanta exactitud geográfica de las provincias y los pueblos de la Grecia continental, de las islas del Archipiélago, de los reinos del Asia menor, y hasta de la Tracia y el Egipto.

Es literalmente demostrable que ambos poemas fueron compuestos por un mismo autor, y no son obra de muchas manos. Es necesario ser ciegos en materia de estilos para no ver, desde el primer verso de la Ilíada hasta el último de la Odisea, un mismo lenguage, un mismo estilo, un mismo colorido, un mismo tono general, un mismo corte de verso, un mismo giro de frases, y un mismo carácter de magestuosa inimitable sencillez; salvas en todos estos puntos las particulares modificaciones que exigen las diversas materias de que trata, y la naturaleza de los pensamientos que emplea.

Es igualmente demostrable que cada uno de los dos poemas es una sola composicion, un todo completo; y no una arbitraria reunion de retazos sueltos, hecha por algun compilador. Es necesario tambien no entender nada en materia de composiciones literarias, para no conocer que si en alguna se halla observada rigorosamente la unidad de accion, ó de argumento, es precisamente en la Ilíada y la Odisea. En ambas anuncia el autor desde el primer verso la accion y el héroe que se propone cantar, y en los cuatro siguientes compendia la série de sucesos que ha de referir; y los refiere en efecto con tanta puntualidad, que el historiador mas exacto no pudiera hacerlo tan ordenada y circunstanciadamente. Dígase ahora si reuniendo trozos sueltos de diferentes autores, pueden resultar dos poemas tan unos, tan ordenados, tan coherentes y tan homogéneos. Lo que ha podido dar lugar á tan absurda suposicion, es precisamente lo que demuestra su falsedad. Es cierto que ambos se hicieron tan célebres desde su primera publicacion, que hasta las gentes del pueblo aprendian de memoria trozos enteros bastante largos; lo es tambien que ciertas compañías de músicos, corriendo por las ciudades y los pueblos en que se hablaba la lengua griega, cantaban el pasage que les señalaba el auditorio; y lo es finalmente que por esta razon se les dió el título de Rapsodes, como si dijeramos, cantores de trozos, y se llamaron Rapsodias (trozos cantados) los pasages que oian. Pero inferir de aquí que el autor no compuso dos obras completas, sino ciertos retazos sueltos de los cuales, zurcidos luego por los gramáticos, han resultado dos poemas tan eminentemente unos, es insultar á la razon de los lectores.

Hoy mismo en Italia las criadas fregando en la cocina, los pastores guardando el ganado, y los marineros remando en los barquichuelos de los rios, cantan pasages sueltos del Taso. ¿Y se dirá por eso que la Jerusalen no es un poema uno y completo desde su orígen, sino una série de octavas arbitrariamente reunidas por los impresores, de las cuales sin embargo ha resultado un todo tan uniforme? Esto seria delirar. Pues tal es el caso de Homero.

Está demostrado finalmente que la Ilíada y la Odisea se han conservado hasta nuestros dias tales en lo sustancial como las escribió ó dictó su inmortal autor, salvas las variantes que necesariamente debieron introducirse en las innumerables copias que se hicieron hasta el descubrimiento de la Imprenta. En efecto, desde el quinto siglo antes del nacimiento de Jesucristo hasta el quinto de la era vulgar, encontramos citados sucesivamente por Heródoto, Tucídides, Jenofonte, Platon, Aristóteles, Demetrio Falereo, Dionisio de Halicarnaso, S. Clemente Alejandrino, Luciano, Longino, Hermógenes, Ateneo, Estrabon, Pausanias, Dion Crisóstomo, y otros escritores griegos, innumerables pasages de Homero, tales como ahora se hallan en los manuscritos que se guardan en las bibliotecas y por los cuales se han hecho las impresiones. Y pues tantas, tan multiplicadas y tan diferentes citas se hallan conformes con los códices que han llegado á nuestras manos; es preciso confesar que en lo sustancial tenemos hoy el mismo Homero que en su tiempo lcyeron Heródoto, Tucídides, y los demas auto[r]es que sucesivamente le citaron por espacio de diez siglos. Suponer que ántes de las primeras citas que podemos comprobar estaba alterado el texto, es suponer lo que se disputa, lo que se niega, lo que no se puede probar, y lo que se convence de falso por este argumento sin réplica. Si ántes de Heródoto (ó en cualquier tiempo) hubieran sido remendadas las poesías de Homero, se conocerian las zurciduras, y los retales añadidos no serian del mismo color que lo restante de la tela; siendo imposible que el remendon, ó los remendones, escribieran como el autor original. Y no hay vista tan perspicaz que pueda descubrir la menor diferencia de estilo y de manera en los treinta mil y mas versos de que constan.

De todo lo dicho resulta que en el siglo 10.º ántes de la era cristiana floreció en Grecia un poeta conocido con el nombre de Homero; que este no fué ciego de nacimiento, pero perdió la vista en edad bastante adelantada: que tampoco fué miserable mendigo, sino un sugeto distinguido y acomodado: que entre las varias obras que probablemente compondria tan feliz ingenio, solo se han conservado la Ilíada y la Odisea:(3) que ambos poemas se hicieron tan célebres apénas salieron á luz, que se formaron compañías de músicos para cantarlos en todos los paises en que se hablaba la lengua griega: que supuestas las variantes inevitables mientras corrieron manuscritos han llegado á nuestras manos íntegros y genuinos: y que de todos modos, y sea lo que fuere de la persona del autor, estos poemas son dos composiciones unas, completas, homogéneas, originales, y hechas por una sola mano; y no retazos de diversos autores, ó varias composiciones sueltas de un mismo autor.


Del punto de vista en que deben colocarse los lectores para juzgar las poesías de Homero

Ante todas cosas deben tener presente que van á leer unas obras que cuentan 2800 años de antigüedad; y de consiguiente, que han de hallar en ellas usos, costumbres, caractéres, lenguage, pasiones y vicios que no son los del dia, y modales groseros hasta cierto punto. Deben recordarse frecuentemente que Homero no es un poeta nacido á orillas del Sena en el siglo 19.º, sino un filósofo antiguo, casi contemporáneo de los patriarcas; y que vivió en una edad, culta ya, pero cercana todavía a1 primer período de la civilizacion de la Grecia. Deben tener entendido de antemano que su principal mérito no consiste en lo ingenioso, fino y delicado de las ideas, y en lo pulido y estudiado de las frases; sino en la verdad, solidez y naturalidad de los pensamientos, en la sencillez, claridad. y energía de las expresiones; en la fácil coordinacion de las cláusulas, en la puntualidad con que refiere los hechos y describe los objetos; en la novedad, exactitud y belleza de los símiles; en la fiel expresion de los afectos, en la singular maestría con que estan inventados, dibujados y sostenidos los caractéres individuales de todos los actores, punto en que hasta ahora nadie le ha igualado; y sobre todo, en la sólida y varonil elocuencia con que están escritas las arengas que pone en boca de sus personages, las cuales forman las tres cuartas partes de sus poemas. Con este conocimiento anticipado, no le despreciarán porque lean en la Odisea que las hijas de los Reyes van á lavar la ropa en los arroyos; ni porque en la Ilíada vean que los héroes preparan ellos mismos su comida, se dicen atroces injurias, insultan á los vencidos, y maltratan sus cadáveres. Estos eran los usos de aquel tiempo. Tampoco atribuirán á esterilidad de ingenio que repita literalmente frases, versos, y aun pasages enteros, ni que presente un mismo pensamiento bajo dos distintas formas, diciendo p. ej. que la vida de Aquíles debia ser corta, y no larga. Las repeticiones de frases y versos eran como de fórmula en su tiempo; la de una misma idea bajo diferentes formas era del gusto oriental; y como ya se ha observado por algunos, estas maneras de hablar se hallan igualmente en la Sagrada Escritura, y no nos chocan ni deben chocarnos. Digo mas: estos pleonasmos dan á veces notable energía á las expresiones, y contribuyen á que la idea se grave con mas fuerza en nuestra imaginacion. Y aunque por punto general no deben imitarse, no culparia yo al poeta que alguna rara vez los introdujese con cierta oportunidad. Sin embargo, debo advertir que en las poesías de Homero, ademas de las repeticiones que son reconocidamente del poeta, hay otras introducidas por los Rapsodes, que de estos pasaron á las copias manuscritas, y que por respeto á los códices se han conservado en los ejemplares impresos. De esta clase hay unos cuantos pasages en la Ilíada. En las notas advertiré cuales sean, y daré las razones que tengo para no creerlos del autor.

En segundo lugar, al emprender la lectura de Homero debemos tener entendido que supuestas las inocentadas, por decirlo así, propias de su siglo, y lo chocante para nosotros de ciertos usos y modales propios de los heróicos á que se refieren sus dos poemas, estos son en lo demás composiciones literarias hechas con todo cuidado, esmero, y conocimiento del arte; con la conveniente preparacion, y con todo el caudal de doctrina que exigía la árdua empresa de escribir nada ménos que dos poemas épicos; último esfuerzo que hasta ahora ha podido hacer en poesía el entendimiento humano. No se figure, pues, el que los lea que su autor fué, como algunos suponen, un ingenio felicísimo, pero sin cultura; un semi-salvage que sin estudios, sin plan, y sin sujecion á. regla ninguna, se puso á cantar la guerra de Troya y las aventuras de Ulíses, y por mero instinto acertó á formar los dos poemas épicos mas ordenados, regulares y perfectos que se conocen: en suma, que sin saber por qué ni cómo hacia lo que hizo, aplicó la boca á la caña, y sonó la flauta por casualidad. Esto es imposible. Tengo probado en mi Arte de hablar que la poesía habla sido cultivada y llegada á cierto grado de perfeccion ántes que naciese Homero, y que este no inventó el modo de componer las epopeyas; sino que, habiendo estudiado muy detenidamente las reglas del arte tales como las tiene hoy sancionadas la mas profunda filosofía, y aprovechándose de otros muchos poemas épicos que ya existian, escribió dos mas acabados y perfectos, los cuales por esta razon hicieron olvidar los de sus antecesores. Mas, prescindiendo de los hechos alli citados, y de las innegables consecuencias que de ellos se deducen, se lee en la vida de Homero, malamente atribuida á Heródoto pero escrita en siglo no muy distante del suyo, que el autor de la Ilíada tuvo por maestro á un célebre literato y poeta llamado Femio, cuyo nombre inmortalizó en efecto en la Odisea el agradecido discípulo; que aquel era catedrático ó director de una ya antigua y célebre escuela ó academia de literatura en Esmirna, y que á su muerte le sucedió en la cátedra el mismo Homero. Y este solo hecho no contradicho, ántes confirmado por otros testimonios, prueba que ya habia en aquellos tiempos escuelas públicas de literatura, que Homero las frecuentó, y que si llegó á ser el mejor de los poetas y el mas correcto de los escritores, lo debió, no al ciego instinto, á la pura casualidad, y á una especie de imposible inspiracion, sino al estudio, al trabajo, y á la observancia de las reglas, supuesto el felicísimo ingenio con que le dotó naturaleza. Pero si todavía se quisiese negar una verdad tan evidente, ahí están la Ilíada y la Odisea para demostrarla. Recórranse los dos poemas, y diga todo hombre de buena fe si es humanamente posible que los compusiese un ignorante. Al contrario, no podrá ménos de confesar que el autor de ellos poseia la enciclopedia de su siglo, y era un sabio de primer órden, un filósofo consumado. En efecto, sus mismas obras prueban que sabia cuanto en su tiempo podia saberse de historia natural, física, astronomía, náutica, y hasta de medicina; que habia estudiado la historia de los pueblos de que trata, y aun las genealogías de innumerables familias; que conocia perfectamente la geografía de los paises que menciona; que hablando de tantos objetos diversos, música, arquitectura, arte militar, agricultura, oficios mecánicos, usos, costumbres, ritos &c., siempre habla con -propiedad é inteligencia; y finalmente que en todos los hechos y dichos que atribuye á sus personages, manifiesta el mas profundo conocimiento del corazon humano y la mas sublime filosofía. Asi lo reconoció Horacio, cuyo voto no es recusable en la materia, cuando habiendo vuelto á leer ¿quién sabe si por la milésima vez? los dos poemas de Homero, dice á Lolio (epístolas 2.ª del lib. 1.º) que el cantor de la guerra de Troya

Quid sis pulchrum, quid turpe; quid utile, quid non;
Planius, ac melius, Crysippo, et Crantore dicit.

Léase toda la epístola, y se verá demostrado que Homero fué, no solo poeta, sino filósofo; y filósofo tal, que pocos pueden serle comparados.

En tercer lugar, respecto de la Ilíada deben saber los lectores que Homero se propuso en ella, no precisamente cantar la venganza de Aquíles, aunque para dar unidad al poema escogió este incidente de la guerra de Troya; sino celebrar aquella memorable expedicion, é inmortalizar la fama de los héroes que tuvieron parte en ella. En el exámen que haré de todo el poema despues de presentar su traduccion, se verá el gran conocimiento del arte con que está trazado el plan; pero desde ahora convenia hacer esta advertencia para que el lector, sabiendo cual es la intencion del poeta, observe la destreza con que este, sin decir cual era, consiguió el fin que se proponia, y note la habilidad con que en medio de las derrotas salva el honor de los griegos.


Del sentido en que debe entenderse la parte mitológica de las poesías de Homero

Para leer con gusto la Ilíada y la Odisea (y lo mismo debe decirse de la Enéida de Virgilio, y otros poemas épicos griegos y latinos) para hallar algun sentido en la parte mitológica, y para que sean verdaderas epopeyas; es necesario no acordarse siquiera del absurdo sistema de las alegorías, entender las palabras en sentido, literal, y considerar como hechos históricos las ficciones que contienen, por mas imposibles que sean y por mas ridículas que á nosotros nos parezcan. Voy á probarlo; pero veamos ántes qué idea se formaban los griegos de las deidades machos y hembras que adoraban en su ciega credulidad.

Para el vulgo estos Dioses y estas Diosas eran hombres y mugeres, de. carne y hueso como nosotros; pero su sangre era mas pura que la nuestra, y su cuerpo incorruptible: porque, como dice el mismo Homero, no se alimentaban con pan, ni bebian del licor que dan las uvas. Su comida era una sustancia deliciosa que los hacia inmortales, y no solo á ellos sino tambien á sus caballos; y por eso la llamaban ambrosía, como si dijéramos, comida inmortalizante. Su bebida era tambien un licor suavísimo llamado néctar, palabra sobre cuya etimología "Grammatici certant, et adhuc sub judice lis est." Sin embargo, la opinion de Cour de Gebelin, segun la cual significa tambien cosa que libra de la muerte, me parece bastante fundada. Estas Deidades habian nacido, y se sabia cuales eran sus padres y abuelos; pero no debian morir. No obstante podian ser heridas, derramar cuando lo fuesen una especie de sangre blanquecina llamada icor, y sufrir agudísimos dolores. Sentían tambien las mismas pasiones que los hombres, dormian como ellos en blandos y mullidos lechos, se casaban entre sí, y ademas se enamoraban, los Dioses de las ntugeres mortales, y las Diosas de los hombres; y de estos matrimonios clandestinos resultaban los llamados Semidioses, ó héroes, los cuales, aunque tenian algo de sobrenatural y divino, estaban sujetos á la muerte, y de ella no podian librarlos sus mismos padres con toda la omnipotencia que se les suponia. Los Dioses eran mucho mas altos, gallardos y fornidos que los hombres terrenales, y las Diosas mas apuestas tambien y mas hermosas que nuestras mugeres. Las divinidades superiores hacian vida comun, por decirlo así, en un alcázar situado sobre las elevadas cumbres del Olimpo; y aunque esta es una montaña de Tesalia, como generalmente está cubierta de nieve y rodeada de nubes, la confundian con el cielo. Sin embargo, tenian ademas sus palacios particulares: y tanto en estos, como en el grande alcázar del Olimpo, todo era de oro; techo, paredes, pavimento, sillas y utensilios. Las Diosas del mar, los Dioses de los ríos, y las Ninfas de las fuentes y lagunas, vivían en cristalinas trasparentes grutas situadas en el fondo del mar, rio, manantial ó lago á que presidian. El mayor y mas poderoso de los Dioses era Júpiter; pero aun así estaba sujeto á las disposiciones del hado ó destino; y aunque podia suspender ó retardar su ejecucion, no le era dado derogarlas ni contravenir á ellas. Las divinidades olímpicas tenian brillantes carrozas tiradas de hermosos caballos, en las cuales bajaban en un instante desde el Olimpo á la tierra, y de esta subian á las mansiones celestes. Neptuno, Dios de las aguas, tenia tambien un carro tirado por caballos marinos, en el cual corria sin hundirse por la superficie del mar; y él y todos los demas podian sin carro subir al Olimpo y bajar desde alli á la tierra en una especie de vuelo, atravesar instantáneamente inmensas distancias, penetrar en los parages cerrados, transformarse en personas y aun en animales, y hacerse invisibles á los espectadores.

Todo esto, aun prescindiendo de la verdad revelada, es en sí mismo falso, absurdo, ridículo é imposible; pero así lo creian, y lo entendian literalmente, los pueblos para cuyo entretenimiento escribió Homero sus poesías; y asi es preciso que lo entiendan hoy, y se lo figuren hipotéticamente, los que lean aquellas antiquísimas obras. De otro modo, y si se empeñan en interpretar en sentido alegórico la parte mitológica, no hay poemas , ni es posible dar sentido racional á muchísimos pasages. Es evidente. Pero como el sistema de los alegoristas, fundado por Heráclides Póntico, ha prevalecido tanto entre los comentadores, que hasta Clarke y Bitanbé, que en lo sustancial le combaten, recurren sin embargo á las alegorías para explicar ciertos lugares, es preciso demostrar que nunca son admisibles.

Sin recorrer aquí todos los pasages de la Ilíada en que hay algo de mitología, porque ademas de fastidioso seria intempestivo, limitémonos á las primeras páginas del poema. Dándose en él por supuesto que los griegos en el saqueo de Teba habian cautivado una hija de Críses, sacerdote de Apolo; empieza Homero su narracion diciendo que el padre vino á proponer su rescate, que el Rey Agamenon no quiso entregarla y aun trató con dureza al anciano, que este pidió á su Dios que le vengase, que irritado Apolo bajó desde el Olimpo á la tierra armado con un arco de plata y trayendo su aljaba provista de enherboladas flechas; y que habiendo disparado algunas hácia el campo de los griegos, excitó en su ejército una terrible peste. Todo esto, supuesta la errada creencia de aquel siglo, se entiende perfectamente, y es claro y sencillo tomado en sentido literal; pero se convierte en inexplicable algarabía, si consultamos á los alegoristas y adoptamos su interpretacion. Segun ellos, el poeta quiso decir con esto que estando acampados los griegos á la orilla del mar y en parages pantanosos, la humedad de los pantanos, desecada por los ardientes rayos del sol, se convirtió en vapores malsanos que produjeron ea los hombres y animales calenturas pútridas, malignas, contagiosas, las cuales quitaron á muchos la vida. Yo creo, en efecto, que si hubo peste en el ejército sitiador seria producida por una causa natural; pero si se pretende que Homero presentó la accion de los miasmas pútridos levantados de la tierra por el sol, bajo la alegoría de-Apolo que baja airado del Olimpo y dispara saetas á los griegos y con ellas los mata, se acabó el poema. Todo él está fundado en la ficcion poética de que, no el sol material, sino el Dios llamado Apolo, y tal como los griegos le suponían, es decir, un rubio mancebo gran tirador de flechas, los mataba con ellas porque no hablan respetado la persona de su sacerdote Críses. De consiguiente, si esto no es asi, si no se entiende literalmente, si la peste no es efecto de la cólera de Apolo, si, en ella no hay nada de sobrenatural, el poema queda concluido en los treinta primeros versos.

En efecto, si no es el fabuloso Apolo , sino el sol verdadero, el que envia la peste á los Aquivos, no hay motivo racional para que se pregunte al adivino Cálcas cual es la causa que la produce: esto debió preguntarse á los dos médicos del ejército, Macaon y Podalirio. Y aun suponendo que se hubiese preguntado á Cálcas, este no pudo decir con verdad mitológica que Apolo castigaba á los griegos con aquella plaga porque no se habia admitido el rescate de Criseida ofrecido por su padre. No, ciertamente: el sol, en la estacion calurosa, siempre. hubiera levantado de los pantanos vapores maléficos, aunque los griegos hubieran restituido á sus respectivos padres todas las esclavas que tenían en su campo. Y si no hubo motivo para consultar á Cálcas, ni él pudo decir con verdad que Apolo era el que enviaba la peste, y que esta no cesaria hasta que Agarnenon diese libertad á la cautiva y se hubiese ofrecido, no al sol, sino al Dios Apolo, una hecatombe; tampoco pudo Aquíles proponer que asi se hiciera, ni Agamenon enfadarse con él y quitarle su esclava favorita &c. Ademas, si en el incidente de la peste Apolo no es el Dios que adoraban los Aquivos y tal como ellos se lo figuraban, sino el globo de luz que nos alumbra ¿qué quiere decir, qué puede significar, aquello de que el sol, al oir la plegaria de Críses, baja colérico desde el Olimpo á la tierra, se encamina á las naves de los griegos, descuelga de los hombros el arco de plata, saca del flechero una y otra saeta, y las dispara sucesivamente á los mulos, á los perros, y á los hombres? ¿Cómo el sol material ha de bajar desde el Ojimpo á la tierra? Ni ¿cómo se ha enojar porque á un hombre llamado Críses no le restituyan, la hija que le hicieron prisionera? Ni cómo ha de llevar pendiente de los hombros arco y cerrada aljaba, y las saetas han de resonar sobre su espalda? Y cuando á fuerza de sutilezas pudiera darse algun sentido á la supuesta alegoria ¿cómo se podrá explicar despues la cesacion repentina de la peste? Dice Homero que apenas recibió en sus brazos el sacerdote á Criseida, rogó á Apolo que alejase la peste de los Dánaos; y que en efecto asi sucedió al instante. Y bien: si la peste era un efecto físico y necesario de los miasmas pútridos que los rayos del sol levantaban de los terrenos, pantanosos ¿cómo los rayos solares han de suspender repentinamente su accion, y no han de sacar ya vapores malsanos, porque una muchacha que estaba cautiva ha quedado en libertad, y porque en las aras de una divinidad fabulosa se han degollado unos cuantos inocentes bueyes? Para que este pasage fuese tambien alegórico, es necesario suponer que Criseida, Ulíses, la nave, los remeros, los bueyes, y la plegaria de Críses, significan los remedios que los médicos emplearon para curar los enfermos. No hay arbitrio: si en la intencion del poeta la peste fué natural, los medios que la terminaron fueron también naturales; y no hay otros que los medicamentos oportunamente empleados.

Lo mismo puede observarse en el resto del poema. En él, supuesta la absurda teologia de los griegos, toda la parte maravillosa es clara si las palabras y frases se entienden en sentido literal. Pero, si suponemos que son expresiones alegóricas, con las cuales el poeta quiso explicar fenómenos naturales; el poema entero se convierte en un oscurísimo cáhos en que no hay sino tinieblas, un laberinto en que á cada paso nos perdemos, y una especie de fantasmagoría en que todo es ilusion. Daré otra prueba. En el mismo libro 1.º se dice que cuando Aquíles desenvainaba la espada para matar al hijo de Atreo, bajó Minerva del Olimpo, le habló, templó su enojo, é impidió que cometiese aquel atentado; y las alegoristas dicen aquí muy ufanos, y como seguros del triunfo, que todo esto no significa otra cosa sino que Aquíles volvió en sí, conoció el desacierto que iba á cometer, y se contuvo; y que así la Minerva que baja del cielo es la prudencia del mismo Aquíles, que en secreto le advierte las fatales consecuencias de lo que intentaba hacer. Muy bien. Pero, si la Minerva que baja es la prudencia ¿quién será la Juno que la envia? Juno en el sistema de los alegoristas es la tierra: y en este supuesto ¿qué puede significar en sentido literal la expresion de que Juno, la tierra, envia á Minerva, la prudencia, á que temple la cólera de Aquíles? ¿Cómo la tierra ha de enviar la prudencia á parte ninguna? Ademas, si la Minerva que habla con Aquíles en el libro 1.º es la virtud de la prudencia que le dá sanos consejos ¿quién será la Minerva que en el libro 4.° habla con Pándaro, y le incita que dispare una flecha á Meneláo, es decir, á que viole la tregua, se haga reo de perjurio, y ejecute la accion mas imprudente, criminal y funesta que podia ejecutar en aquellas circunstancias? Aquí enmudecen los alegoristas. Quede pues establecido que si queremos hallar sentido racional en las poesías de Homero, sacar fruto de su lectura, y recrearnos con ellas; debemos entender literalmente lo que nos cuenta de las divinidades fabulosas cielos gentiles, trasladarnos al siglo á que se refieren los dos poemas, hacernos hipotéticamente uno de los ignorantes, crédulos, y supersticiosos lectores para los cuales fueron escritos, y por entonces tragarnos como verdades las absurdas ficciones que contienen. Lo demas es cerrar los ojos á la luz, y devanarse los sesos con ininteligibles sutilezas mas oscuras todavía que las mismas ficciones mitológicas que se trata de explicar.


De mi traducción

No repetiré aquí lo que otros muchos han alegado en defensa de las suyas: esto es, que el hacer una buena traducción es mas difícil de lo que ordinariamente se cree; que esta dificultad es tanto mayor, cuanto mas bien escrita esté la obra que se traduce; que se aumenta sobre manera cuando la traduccion se hace del griego; ó del latin, á alguna de las lenguas vulgares; y que llega á lo sumo cuando el autor que se quiere traducir es un poeta, y se le traduce en verso. Todo esto es muy cierto; pero si la traduccion es mala, no disculpa el traductor. Porque ántes de acometer la empresa, debe ya conocer todas las dificultades que ofrece; y si no se siente con fuerzas para vencerlas, hasta cierto punto á lo ménos, debe renunciar á ella. Ademas, publicar una traduccion es someterla al juicio de los inteligentes; y si estos la condenan, no hay apelacion de su fallo. Es, pues, inútil anticipar su apología. Si es buena, no necesita de prólogo galeato: si es mala, cuanto se diga en su elogio servirá para hacer ridículo al traductor. Así, respecto de la mia, solo haré á los jueces algunas advertencias para que puedan fallar con conocimiento de causa.

Primera

Está en verso: porque los poetas no deben traducirse en prosa cuando se traducen para que se conozcan é imiten los primores de su estilo. Las traducciones en prosa solo pueden servir para facilitar la inteligencia del texto á los que aprenden la lengua en que fué escrito, ó á lo mas para dar idea del contenido de la obra á los que sola han de leerla en aquella traduccion. En ella verán, sí, lo que en sustancia dijo el autor, los hechos y el fondo de los pensamientos; pero no verán la manera con que deberia decir aquello mismo un poeta que escribiese en la lengua del traductor. Y esto es cabalmente lo mas útil, y lo que debe enseñarse en las traducciones.

Y si aun traduciendo en verso los poetas, y aun suponiendo que la traduccion salga buena, todavía ha de quedar la copia muy inferior al original, porque igualarle, si fuere griego ó latino, es humanamente imposible ¿qué será traduciéndolos en prosa, aunque sea de la que llaman poética; expresion por otra parte que bien analizada presenta un sentido absurdo, ó como dicen los escolásticos, implica contradiccion? En efecto, si como todos saben, en el lenguage poético pueden emplearse con cierta parsimonia palabras, frases, construcciones, perífrasis, licencias é inversiones no usadas ni permitidas en prosa; es evidente que esta nunca puede ser poética, porque nunca puede admitir una multitud de cosas que admite y aun exige el lenguage de las musas. Y esto es tan cierto, que si alguno escribiese en prosa verdaderamente poética seria el peor de todos los escritores. Porque escribiendo en prosa emplearia palabras, frases, construcciones, licencias, perífrasis é inversiones solo autorizadas en los versos. Y este fué precisamente, entre otros, uno de los errores de nuestros prosistas culteranos del siglo 17.º Por ejemplo, limitándonos á las inversiones y perífrasis ¿qué diríamos del escritor de prosa que hablando del combate de Trafalgar, y aunque fuese en una oracion fúnebre del tono mas elevado ó en una novela heróica, designase aquel promontorio con esta perífrasis é inversion de Moratin en la sombra de Nelson, la yerta cumbre del opulento Gerion sepulcro, llámase al puerto de Sta. María puerto de Mnesteo, y al peñon de Gibraltar peñasco enorme, gloria de Alcides; é indicase los departamentos de marina establecidos en la isla de Leon, Cartagena y Ferrol, por medio de estas perífrasis, Cadiz Eritrea, Espartario golfo, fragosa cumbre que cierra el seno Brigantino? ¿Cuánto nos reiriamos de él si al describir el aspecto que terminado el combate presentaba la playa nos dijera: "las crespas olas sacan á la desierta orilla los que el furor de sus monstruos voraces no deformó cadáveres desnudos; las que no oculta su seno profundo, naves soberbias?" Pues estos modos de hablar, que en la prosa mas elegante serian ridículos é intolerables, son bellísimos, son necesarios en verso. Ademas, en este deben omitirse adverbios, frases adverbiales, conjunciones y fórmulas de transicion que la prosa admite, por elevado que sea el tono de la obra. Reconózcase, pues, que no hay ni puede haber prosa rigorosamente poética, y que esta expresion, si ha de ofrecer un sentido racional, no puede significar mas que "prosa tan elegante, como pueda serlo sin dejar de ser prosa." Por consiguiente al traducir los poetas no puede suplir por los versos, los cuales, ademas de la medida, tienen ciertos privilegios de que ella no puede usar: y por esta razon la han llamada algunos villana ó plebeya.

Segunda

Está en endecasílabos libres: endecasílabos, porque los versos castellanos de menos sílabas no se usan ni deben usarse en los poemas épicos; y libres, por las siguientes razones.

1.º Solo este metro es el que hasta cierto grado puede tener toda la flexibilidad de los exámetros griegos y latinos, y el único que permite dar á los versos de la traduccion el corte de los originales cuando asi lo pida la intencion manifiesta del autor.

2.º En versos consonantes, de cualquier modo que se combinen, es imposible traducir fielmente el original. Haga la prueba el que guste, y verá que empleando el consonante, ya en versos pareados (insufrible martilleo) ya en tercetos (buenos para imitar los dísticos griegos y latinos, pero malísimos para traducir los exámetros puros) ya en cuartetos, ó llámense redondillas de arte mayor (poco usados, y que ademas tienen uno de los dos inconvenientes del romance endecasílabo de que luego hablaré) ya en sextetos como los italianos (que seria menos malo) ya finalmente en octavas (que seria lo mejor) tiene que parafrasear el original á cada paso. Yo creo que la division constante y uniforme en porciones simétricas es contraria á la naturaleza del poema épico, y priva á los modernos compuestos en esta forma de la encantadora variedad de los antiguos: pienso que naturalmente agradan mas las flores sembradas con cierta desigualdad en una verde pradera, que las mismas distribuidas simétricamente y por hileras en los cuadros iguales de un jardin; y en consecuencia me parece que todo repartimiento de una larga composicion en estrofas de tres, cuatro, seis ú ocho versos (y aunque fuesen de diez, quince ó veinte) la hacen al cabo monótona, y la dan cierto aire de tablero de damas en que se descubre demasiado el artificio. Sin embargo, como el ejemplo del Taso, Camoens, Ercilla y otros, prueba que en octavas pueden escribirse epopeyas que se lean con placer; no negaré que salvo este defectillo de la constante distribucion de la obra en porciones simétricas, y de la uniformidad que de ella resulta en el mecanismo de la versificacion, en lo demas puede cualquiera adoptar la octava, y acaso otra combinacion de versos consonantes, si escribe un poema épico original. Porque, dueño entónces de la materia, puede elegir ó desechar los pensamientos principales, segun que le parezcan mas ó menos á propósito para producir el efecto que desea; modificar á su gusto los ya elegidos añadiendo ó quitando ideas secundarias, segun que se presten ó no á la expresion poética; y de consiguiente, suprimir en las frases las palabras que no convienen al verso. Pero por lo mismo es evidente que el fiel traductor nada de esto puede hacer. Los pensamientos, en general, las ideas particulares modificadas segun quiso el autor, el órden en que aquellos deben sucederse, las formas oratorias, las expresiones de la lengua original, y hasta la distribucion de la obra en párrafos y cláusulas; todo le está dado, y nada puede alterar sustancialmente. Al elegir las frases que en su lengua corresponden á las del texto, y al colocar las voces para que resulte el verso, tiene alguna libertad; pero al fin sus expresiones deben decir ni mas ni ménos que las del original; ó su traduccion será como las bellas infieles de Ablancour. Véase, pues, si con esta sujecion podrá nadie componer octavas como las del Taso, sin hacer unas veces que su autor diga lo que no pensó en decir, y sin omitir otras lo que expresamente dijo.

3.º Aunque en el romance endecasílabo se pueden conciliar hasta cierto punto la fidelidad y la buena versificacion; siempre quedan dos defectos inevitables: la constante y uniforme division de toda la obra en estrofas simétricas demasiado cortas, y la monotonía de una misma asonancia en cada libro.

4.º Emplear la silva, como han hecho los dos traductores de Milton: traducir en versos libres la parte narrativa y en octavas las arengas, como hizo Hernandez de Velasco: terminar cada párrafo en dos versos pareados, como imaginó García Malo: ó alternar el romance endecasílabo con octavas, reduciendo en estas á riguroso consonante el mismo asonante del romance, como propuso, y ejecutó con el primer libro de los Mártires, un anónimo en 1816: es siempre poner al poeta que se traduce casaca de dos colores, ó vestirle de arlequin. El poema épico sério exige un solo metro desde el principio hasta el fin, y una manera constante de combinar los consonantes si los tuviere. Asi, tampoco pueden emplearse los endecasílabos arbitrariamente aconsonantados, respecto de los cuales hay otra razon muy poderosa; y es que los consonantes, si no se corresponden entre sí á cierto período fijo mas ó menos largo, es decir, si no estan combinados con sujecion á una ley determinada y constante, hacen mal efecto: son como los bajos en la música, si se reparten sin órden. No queda, pues, para traducir las epopeyas griegas y latinas otro género de metro que los endecasílabos sueltos, y en él está traducida la Odisea por Gonzalo Perez.

Y no se crea que por carecer de consonantes y asonantes es muy fácil hacerlos buenos: cualquiera que se haya ejercitado en ello habrá visto que muchas veces cuesta mas trabajo evitar la asonancia ó consonancia, que encontrarla. Ademas, darles la soltura de la prosa, y evitar que sean prosáicos; cortarlos de modo que imiten cuanto es posible el ritmo de los exámetros, sin que monten muy á menudo uno sobre otro; no admitir dentro de un mismo verso palabras consonantes á no ser las finales agudas de los verbos, porque estas son inevitables; y no poner muy inmediatas ni aun las asonantes, particularmente en los emistiquios y finales: todo esto junto ofrece dificultades que solo puede apreciar el que se ha visto en la necesidad de superarlas. Y yo creo que si el verso libre ha sido mirado hasta ahora con desprecio, es porque los de nuestros antiguos traductores son generalmente desaliñados. Pero háganse como los de Jovellanos, Melendez y Moratin en sus composiciones originales; sea cada uno de por sí tan lleno y sonoro como si hubiera de emplearse en un soneto ó en una octava; estén escritos en lenguage y estilo tan poéticos como permita el pasage traducido, porque en los mismos originales no siempre llegará lo sumo, ni debe llegar, la grandilocuencia épica; y no dudo que agradarán al oído mas delicado y descontentadizo.

Todavía hay otra dificultad al traducir en verso libre un poema épico; y es la de hacer que los versos, ademas de ser armoniosos, sean heróicos. Esto necesita de explicacion. El endecasílabo suelto puede emplearse en las sátiras, en las epístolas, en los poemas didascálicos, en los descriptivos, en las églogas, y en las tragedias; pero en cada una de estas composiciones debe tener un giro, un corte, un ritmo, un carácter particular, y en ninguna de ellas es heróico. Lo mismo sucede en griego y en latin con los exámetros puros. En esta clase de verso estan escritas, por ej. las sátiras y epístolas de Horacio, las églogas y geórgicas de Virgilio, y su inmortal Enéida: en todas estas obras son respectivamente buenos, y están hechos como debieron hacerse segun el género á que cada una pertenece; pero solo en la Enéida son heróicos. En las otras tienen la melodía y rotundidad que conviene á la especie y al tono de la composicion; pero en ninguna se percibe constantemente al recitarlos aquel eco varonil, aquel ruido militar, aquel sonido lleno de la trompeta, que en cierto modo se oye al leer en alta voz los de la Enéida. En las poesías bucólicas domina el tono humilde y jovial del caramillo, y en las didácticas el grave y serio del órgano; pero en las épicas se oye casi siempre el estruendoso ruido de las armas, y la voz penetrante de las trompas y clarines. Esto parecerá tal vez sutileza ó suposicion arbitraria; mas para los oidos delicados es una verde de sensacion; y no hay hombre meldianamente ejercitado en la lectura de los exámetros, que á la simple armonía no distinga el

Qui fit, Mæcenas...
Troyani belli scriptorem &c.

de Horacio, el

Tityre, tu patulæ..., .
Quid faciat lætas segetes &c.

de Virgilio en las églogas y geórgicas, y el

Ut belli signum Laurenti Turnus ab arce...
Panditur interea domus omnipotentis Olympi.

de su Enéida. Y si esta diferencie es perceptible en la sola parte musical ¿cuánto mas debe serlo en el tono y estilo de la obra? En los endecasílabos heróicos, sóbre todo si son libres, se verifica al pie de la letra lo de "neque enim concludere versum dixeris esse satis" y es donde mas se necesita el "os magna sonaturum." En las églogas, composiciones didácticas, poesías descriptivas y tragedias, el estilo en muchos pasages puede no pasar de florido, el tono puede no levantarse demasiado, y la armonía puede no ser muy sensible; pero en la epopeya, estilo, tono, y sonido material de los versos, todo ha de ser noble, magestuoso y fuerte.

Resumiendo ya lo dicho en esta parte, resulta que en todos los endecasílabos sueltos es preciso evitar cuanto se pueda la proximidad de palabras consonantes y aun asonantes, conciliar la soltura de la prosa con el paso medido y cadencioso del verso, y acomodar el corte y las pausas á la mayor o menor conexion de las ideas que se van sucediendo; y que en los heróicos es necesario ademas sostener siempre el tono, el estilo, y hasta el sonido material, á cierto grado de elevacion. Y si á esto se añade que al mismo tiempo se deben variar corte, pausas, tono, estilo y harmonía, segun que el pasage que se compone ó traduce es una simple narracion, un símil, una descripcion, ó una arenga, y que en estas ha de hablar el personage de aquella manera particular que corresponde á su carácter, clase, edad y situacion ¿se despreciará el verso libre cuando reuna todas estas difíciles cualidades? Yo no me lisonjeo de que los mios lleguen á semejante grado de perfeccion; pero creo que en general pueden leerse, si no con admiracion, á lo menos sin fastidio.

Tercera

Estando destinadas las notas que se encontrarán al fin del tomo último á justificar la traduccion en aquellos pasages en que pudiera ser censurada; bastará decir ahora que está hecha con la mas escrupulosa fidelidad, sin haberme tomado otra licencia que la de suprimir los epítetos de pura fórmula ó notoriamente ociosos, y añadir algunos que me han parecido necesarios. En lo demas, no he omitido un solo pensamiento del autor ni le he prestado ninguno mio, y he dejado los suyos en el mismo órden en que se hallan colocados: he conservado igual número de cláusulas cuando alguna de ellas no resultaba demasiado larga; no he variado las formas oratorias, sino tres ó cuatro veces en que la interrogacion ó exclamacion era mas enérgica que la simple afirmacion; y hasta en la construccion gramatical de las frases he seguido la sintáxis griega, siempre que lo ha permitido el genio de la lengua castellana. Y que asi sea, lo reconocerá el que se tome la molestia de comparar mi traduccion con el texto, ó con la version interlinear latina, la cual, sin embargo en muchos pasages pudiera ser mas exacta. Sobre todo, he procurado dar á la traduccion el carácter de sencillez y naturalidad que distingue á Homero de los demás escritores profanos, antiguos y modernos. Esta sencillez y naturalidad llegan á tal punto, que á los lectores poco instruidos parecerá á veces descuidado y pobre lo mas digno de admiracion; porque al leer ciertos trozos se les figurará que ellos facilmente dirian aquello mismo, y aun lo dirian mejor. Pero se engañan mucho. Homero es entre todos los clásicos griegos y latinos el que mas se acercó á aquella rara perfeccion de estilo que Horacio recomienda cuando dice: "ut sibi quivis speret idem; sudet multum, frustraque laboret, ausus." Escójase cualquier pasage, simple narracion, símil descripcion, ó arenga; sustitúyanse otros pensamientos, quítese ó añádase alguno, y désele al buen Homero lo que los franceses llaman esprit, es decir, conceptos demasiado ingeniosos, epigramáticos, antitéticos, y expresiones muy estudiadas; y se verá que el trozo que resulta, aunque tenga cierto brillo, no es en realidad tan bueno como el original. Advierto finalmente que no he traducido los epígrafes, ó argumentos, que suelen ponerse en las ediciones del texto para indicar sumariamente el contenido de cada libro; porque semejantes extractos, ademas de ser obra de los gramáticos y no del poeta, disminuyen la curiosidad, la sorpresa, y de consiguiente el placer de los lectores, anticipándoles la noticia de lo que va á suceder. Lo mismo han hecho Bitaubé, Dugas y algunos otros.


Notas del autor

(1) La de Cristóbal de Mesa, si en realidad ha existido, si llegó á imprimirse, si se conserva manuscrita; á lo menos yo lo ignoro.
(2) Los griegos llamaban Odisseus al héroe del poema; nosotros seguimos la ortografía latina.
(3) La Batracomiomaquia seguramente no es suya, y tampoco lo son en mi sentir los himnos que se le atribuyen.
FUENTE
(Or) La Ilíada de Homero, traducida del griego al castellano por Don José Gómez Hermosilla, Madrid: en la Imprenta Real, 1831.
Derechos de autor Dos 'discursos' de traductores de la Ilíada (ss. XVIII-XIX)