Saltana Traducción y romanticisimo: dos prólogos del siglo XIX Revista de literatura i traducció A Journal of Literature & Translation Revista de literatura y traducción
NOTA EDITORIAL
Juan Ángel Caamaño (1789-1821) tuvo diversos empleos públicos durante el agitado periodo de la guerra de la Independencia y el inicio del posterior Trienio Constitucional, actividad que compaginó con colaboraciones literarias en algunos periódicos y la traducción. De ideas liberales y admirador de Madame de Staël, tradujo sus novelas Corinne (Corina, ó Italia, 1820) y Delphine (Delfina o la opinión, publicada póstumamente en 1828), y reseñó asimismo su ensayo sobre la traducción para El Constitucional. Asimismo, vertió al castellano la Gramática general de Destutt de Tracy, también publicada póstumamente (1822), y emprendió una versión de la Jerusalén liberada de Torcuato Tasso, versión que no completó debido a su fallecimiento y que fue finalizada por Antonio Ribot. El prólogo de Corina constituye un testimonio de la temprana difusión en España de las ideas sobre la oposición entre clásicos y románticos que Staël había expuesto en De l'Allemagne, un texto que empezó a circular por Europa en 1813-1814. La versión de Corinne de Caamaño, anunciada por el editor Mariano de Cabrerizo unos años antes de su publicación y que tuvo problemas con la censura, se publicó después de la de Pedro María Olive (1818), mucho más libre; a este último alude el prólogo cuando se refiere a «vimos anunciar y darse á luz el primer tomo de Corina, con evidente intención de inutilizar nuestro trabajo». La reproducción del prólogo sigue la grafía del original impreso. (S)
El nombre de Mad. Staël bastaria para dar concepto de una obra de literatura á cuantos conocen el mérito singular de sus producciones, que la han hecho realmente la gloria de su sexo, probando acaso mas que todos los argumentos tantas veces repetidos, cuanto influye la educacion en la diferencia intelectual de las dos mitades del linage humano: empero ademas su Corina es celebrada en todos los paises civilizados, no solo como novela interesantísima, en que respetando siempre con la mayor delicadeza las leyes santas de la moral, se desenvuelven los mas ocultos misterios del corazon y de las pasiones, sinó como un viage pintoresco á las regiones mas bellas, como una representacion viva de las memorias de la antigua Italia, y una pintura hermosísima de la moderna. Sin embargo, los defensores severos, los adoradores intolerantes de la literatura que llaman clásica, no han querido ceder de sus rigurosos principios, siquiera en favor de la infeliz y encantadora Corina; pertenece á la literatura romántica, á esa literatura proscripta, á esa literatura nacida del cristianismo, que se condena por no haberla conocido Horacio, y basta; no puede merecer compasion ni aprecio. En vano presentará en su heroina esta novela toda la grandeza del talento, unida á toda la sencillez, á toda la ternura, á toda la pureza del corazón; en vano se verá en lord Nelvil todo el extremo del cariño filial, y toda la nobleza de un carácter elevado; en vano se hallará en Lucila el candor y el recato mas amables; en vano sentirán los lectores, sin querer, elevarse su alma en los primeros libros, á la vista de las ruinas descritas por Corina, y correr sus lágrimas al ver caida á la Sibila del carro triunfal al abismo de los dolores; nada es bello, nada es tierno, nada es natural, porque no es clásica.

Asi se engañan los hombres á sí mismos, así se niegan á recibir el testimonio de su propio talento y de su propia sensibilidad, cuando se empeñan en vanas disputas, sin detenerse á definir las voces, único fundamento tal vez, de su diferencia. ¿Que se entiende en efecto por literatura clásica? ¿Entiéndese la que corresponde exacta y propiamente á ciertos modelos, ó la que llena el objeto de la literatura? ¿No se puede hallar el arte de agradar y de conmover sinó imitando á los prototipos de los clásicos? ¿Y agradar y conmover no son las primeras, quizá las únicas circunstancias que hay que eligir en toda obra de literatura? ¿Quien se halla autorizado para señalar límites al entendimiento humano? ¿Quien puede decir ya lo sabemos todo, y pretender, como dice Mad. Staël, levantar á nuestro alrededor la gran muralla de la China, paa impedir la entrada á las ideas literarias de otras naciones?

La voz clásico, como que es una abstraccion, puede tener varias acepciones; por tanto, para hablar con juicio de la literatura clásica, y de la romántica, es menester fijar primero el sentido que se le quiete dar. Efectivamente, unos la usan como sinónimo de perfeccion, y otros la aplican solo á la poesía de los antiguos. En el primer caso, la misma perfeccion consiste, segun ellos, en la rigorosa observancia de las reglas de cierta escuela; en el segundo no se permite mas que imitar á los modelos griegos y latinos, pues un poema épico, por ejemplo, ha de parecerse á Homero á Virgilio, ha de corresponder á todos los versos del arte poética de Horacio, y á todas las glosas de sus innumerables comentadores, ó ha de ser romántico; esto es, pésimo segun la opinión de la falange de los preceptistas. Asi pues estos maestros del gusto, estos campeones de la literatura clásica, ponen el entendimiento humano en la misma situacion que se hallaría un hombre rodeado por todas partes de lazos que le estorbasen cualquier movimiento, y á quien se mandase, no obstante, caminar con velocidad y gallardía. Asi proscriben sin ninguna excepción la literatura de la edad media, proscriben en masa la literatura alemana, la literatura inglesa, la literatura española y cuanto presenta la imaginación libre de prisiones: gracias á su doctrina, ya no aparece en el vasto campo de la literatura nada original, nada que no sea amanerado, nada que merezca la atención de un hombre profundo, ni enternezca á un hombre sensible.

Cuando los defensores del gusto que ellos llaman clásico, hablan del Ariosto, del Dante, del Shaquespeare, de Calderón, no atreviéndose á negarles talento y fantasía, atribuyen á ignorancia la falta de sujecion á las reglas: pero los románticos modernos ¿son hombres ignorantes? Goëthe, Schiller, Schlegel; sobre todo, Schlegel, á quien los pretendidos clásicos miran con mas rencor; Schlegel, que ha traducido en su lengua á Shaquespeare y á Calderón; Schlegel que ha escrito un curso de literatura dramática que abraza todas las producciones teatrales desde los griegos basta nuestros dias, ¿no sabe esas reglas que repite de memoria cualquier discípulo de un colegio? ¿no conoce todos los autores, todas las obras maestras de la antigüedad que se llaman clásicas? No obstante, es partidario del gusto romántico sin dejar por eso de reconocer las bellezas sublimes de los antiguos, porque conoce que es un empeño ridículo quererlos tomar rigorosamente por modelos, cuando la Religion, el gobierno, las costumbres, la vida doméstica, todo es diverso entre nosotros, cuando los progresos del entendimiento humano en 18 siglos han hecho desaparecer todas las opiniones, y todas las riquezas de la poesía griega y romana, dejándo solo hermosos monumentos dignos por cierto de admiración, como el coliseo y los obeliscos egipcios en Roma; mas que es en vano pretender imitar.

Los defensores del gusto clásico, no quieren de modo alguno reconocer la alteración que debió causar en las ideas literarias el establecimiento de la religion cristiana, tan diferente en sus dogmas, y tan diversa en su objeto de la de los gentiles. El paganismo personificaba todos los objetos, y hasta los sentimientos del alma; cada árbol era una Amadriada, cada prado, cada fuente, cada bosque una Driada, una Náyade, una Nereida; si un corazon tierno palpitaba de amor, era Cupido quien le habia traspasado con flecha inevitable; si un hombre feroz se entregaba á todo el frenesí del odio, eran las furias quien le agitaban; si el sueño rendia suavemente un ánimo inquieto, era porque Morfeo derramaba sobre sus párpados adormideras; en fin todas las ideas de aquellos hombres se dirigían á lo exterior, en ninguna parte se hallaban solos, porque su rica fantasía habia animado todo el universo. No asi la religion cristiana, esta religión fundada en la moral, en la meditación y en el dolor, llama siempre al hombre dentro de sí; descúbrele lo inmenso, lo infinito, lo eterno, y revelándole el secreto de sus altos destinos; presentándole en el ejemplo de su divino fundador la imágen del sufrimiento, le manda referirlo todo á su alma, y estudiar todos sus secretos impulsos. He aqui pues la diferencia de las dos literaturas, no clásica y romántica, sinó antigua y moderna: los gentiles lo veian todo en la tierra, los cristianos lo vemos todo en el cielo, porque, como dice Corina, no hay mas queda dos modos muy distintos de sentir la naturaleza; animarla como los antiguos, y perfeccionarla con mil formas brillantes, ó dejarse llevar como los Bardos escoceses del temor del misterio, y de la melancolía que inspira lo desconocido.

Si ahora se nos preguntase cual de estas dos literaturas es mejor, dirémos que cada una tiene sus bellezas y sus defectos, y que ambas, deberian tomar una de otra para ser verdaderamente clásica, esto es, perfectas, los románticos ganarían mucho en sujetarse á algunas reglas, poquísimas á la verdad fundadas en la naturaleza, y los clásicos lograrian grandes ventajas de dar mas libertad á la imaginacion en general, y en particular al carácter propio de cada nacion.

Prescindiendo ahora de esta cuestion, que es para tratada mas largamente, y que solo hemos tocado por desvanecer la impresion, que la voz romántico puede causar á los que juzgan de las cosas por dictámen ageno, y no por su propio estudio; pasarémos á hablar de otras circunstancias relativas á nuestra traducción.

En el prospecto del editor se anunciaron las novelas de que habia de constar la coleccion, no solo por dar idea, como nos pareció justo, de las obras al público, sino para evitar, obrando con la buena fe propia de cuantos se ocupan en especulaciones literarias, que algun otro se perjudicase, y nos perjudicara dedicándose á traducirlas. Sin embargo, muy lejos de realizarse nuestros deseos, mientras la estúpida ignorancia detenia la publicación de las novelas anunciadas, vimos anunciar y darse á luz el primer tomo de Corina, con evidente intención de inutilizar nuestro trabajo, y comprometernos con nuestros subscriptores. La moderación de que presumimos no nos permite hablar de aquella traduccion, ni compararla con la nuestra; al público pertenece juzgar de las dos; pero no hemos creido deber en vista de ella, decir con Horacio:

Frange, miser, calamos, vigilataque prælia dele!

Las pocas supresiones ó alteraciones del texto que se verán en nuestra traducción, se han fundado en motivos justísimos conocidos de cuantos han leido el original, porque escribimos para nuestros paisanos, y debemos acomodarnos á sus costumbres. También se hallarán en algunas partes voces, y sobre todo giros de frase menos atrevidos que los que usa Mad. Staël; no procede esto de haber desconocido su novedad y su belleza, sino de haberlas encontrado cierta forma demasiado germánica, si es lícito decirlo asi, agena a nuestra lengua á lo menos, mientras no se trabaje mas en este estilo, y mientras los preceptistas, de otra especie que los clásícos, no consientan la ajustemos, sin alterar su índole, á los progresos de la literatura entre nosotros y en las demas naciones. A esto se reducen las variaciones que se hallarán en la presente traducción: hemos procurado ser escrupulosamente fieles cuando la autora pinta con ingeniosa delicadeza el carácter de sus héroes; cuando describe con valiente pluma las ruinas de Roma, la erupción del Vesubio, y las costumbres venecianas; cuando con incomparable ternura presenta su heroina en los dias de la ausencia, de los celos y de la despedida postrera; en fin, hemos cuidado de conservar, como dicen nuestros vecinos, su fisonomía, en una obra en que acaso se ha retratado á si misma, no solo en el carácter, sinó en sus facciones vigorosas, en sus negros ojos y su negro cabello, y en su tez algo tomada del sol del mediodía.

Y por último, para no dejar nada por hacer en obsequio de los señores subscriptores que nos favorecen, hemos añadido á esta colección otra novela de la misma autora (Delfina ó la opinión), á fin de que reunan las dos obras que en su clase han merecido mas aprecio de todos los sabios de la Europa.
FUENTE
(Or) Madame de STAEL-HÓLSTEIN, Corina ó Italia, traducida de la octava edición por Juan Ángel Caamaño, Valencia: Imprenta de Estevan, 1820.
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