Saltana Sobre el genocidio Revista de literatura i traducció A Journal of Literature & Translation Revista de literatura y traducción
INTRODUCCIÓN
Armin Theophil Wegner fue un intelectual alemán que consagró su vida a la literatura y el pacifismo. Nacido el 6 de octubre de 1886 en Elberfeld (hoy parte de Wuppertal, en Renania del Norte-Westfalia), su padre era un arquitecto que ocupaba un alto cargo en el ferrocarril prusiano, mientras que su madre, Marie Witt, era una notoria activista por los derechos de la mujer que procedía de la burguesía mercantil de Hamburgo. La primera juventud de Wegner transcurrió entre los estudios de economía y derecho que realizó en Breslau, Zúrich y Berlín; un viaje a Francia y otro a Italia; y una temprana vocación por la poesía. A partir de 1909, mantuvo una estrecha relación con los círculos de la vanguardia berlinesa y formó parte de la constelación pionera del expresionismo, caracterizada la rebeldía contra los valores de la Alemania guillermina y el rechazo a la sociedad burguesa. Entabló amistad con Hugo Ball, Georg Heym, Else Lasker-Schüler, Franz Pfempfert y Herwarth Walden, entre otros, y se sintió atraído por el radicalismo social y literario de Kurt Hiller, a quien conoció en la Facultad de Derecho. En 1914, se doctoró en Derecho con una tesis inusitada para la época, en la que defendía el derecho de huelga. La mayor parte de la obra poética que produjo hasta 1913 apareció en tres recopilaciones: Zwischen zwei Städten (Entre dos ciudades, 1909); Gedichte in Prosa. Ein Skizzenbuch aus Heimat und Wanderschaft (Poemas en prosa. Un cuaderno de bocetos desde la tierra natal y la errancia, 1910); y Das Antlitz der Städte (El semblante de la ciudad), publicado tardíamente en 1917 a causa de la guerra y que fue objeto de un procedimiento judicial por inmoralidad. Junto con Georg Heym, Wegner fue uno de los primeros exponentes expresionistas de la llamada Großstadtlyrik, la «lírica de la gran ciudad», y cantó la vida convulsa de Berlín, vista como una moderna Babilonia.

Cuando estalló la Gran Guerra, Wegner se alistó como sanitario y lo asignaron al frente oriental con el grado de subteniente. En 1915, tras firmarse la alianza entre Alemania y Turquía, lo transfirieron a la misión germano-turca de la Cruz Roja en Constantinopla y luego al cuerpo sanitario del sexto ejército otomano, bajo las órdenes del general Colmar von Goltz, al que habían encomendado la campaña de Turquía. Las atrocidades de los turcos contra la población armenia que presenció en Anatolia y el desierto de Mesopotamia lo llenaron de horror, como escribiría al regresar del campo de Ras-ul Ain:

En este mismo momento acabo de volver de una ronda de inspección por el campo: hambre, muerte, enfermedad, desesperación en todas partes. Se podía oler el hedor a excrementos y podredumbre. Se escuchaban los lamentos de una mujer moribunda desde una tienda. Otra mujer identificó las insignias violetas de mi uniforme como las del cuerpo sanitario y se me acercó con las manos extendidas. Creyendo que era médico, se aferró a mí con todas sus fuerzas. A mí, que no tenía medicinas ni vendajes, porque toda ayuda está prohibida. Pero todo eso es poco comparado con el aterrador aspecto de la multitud de huérfanos, que crece cada día. En los lados del campo, prepararon para ellos hileras de agujeros cubiertas con trapos. Niños y niñas de todas las edades estaban sentados en esos agujeros, con las cabezas juntas, abandonados y reducidos a la condición de animales, hambrientos, sin comida ni pan, privados del auxilio humano más elemental, apretados los unos contra los otros, temblorosos de frío por la noche mientras intentaban entrar en calor sosteniendo algún pedazo de madera que todavía ardiera.

Desobedeciendo las órdenes que prohibían de manera explícita la circulación de información, tomó notas y docenas de fotografías de las matanzas y los campos de deportación, además de recoger cartas desesperadas y otros documentos de los armenios supervivientes, y de mantener correspondencia contando lo que ocurría. Pese a la vigilancia y la censura, consiguió que una parte de este material llegara de manera clandestina a Estados Unidos —entonces un país neutral— e introdujo otra parte en Alemania durante un permiso para entregárselo al pastor protestante y orientalista Johannes Lepsius, que había dedicado su vida a organizar misiones evangelizadoras en Oriente Medio e intentaba proteger a la población armenia. Lepsius hizo imprimir y circular en 1916 un informe sobre el genocidio, que fue confiscado por las autoridades alemanas. A fines de 1916, cuando los superiores de Wegner advirtieron su insubordinación, lo asignaron a los barracones de enfermos de cólera de Bagdad como castigo. Luego lo separaron del servicio activo y lo mandaron de regreso a Berlín. En 1918, entró a trabajar como redactor de la revista Der Neue Orient, fundada por el historiador y arqueólogo Max von Oppenheim, y no lo llamaron de nuevo al frente gracias a los vínculos entre la revista y el Ministerio de Asuntos Exteriores.

Como otros literatos expresionistas, Wegner saludó con entusiasmo el derrumbe de la monarquía y el armisticio, y adquirió el convencimiento durante la guerra de que los enfrentamientos armados y la violencia debían abolirse para siempre, y que eso sólo sería posible en un mundo donde imperara la fraternidad. Durante la revolución de noviembre de 1918, se integró en el llamado «Consejo Político de Trabajadores Intelectuales» que había convocado Kurt Hiller, junto con otros cincuenta escritores y críticos, entre los que estaban Kasimir Edschmidt, Rudolf Kayser, Rudolf Leonhard, Kurt Pinthus, René Schickele, Fritz von Unruh y Paul Zech. En enero de 1919 dirigió una carta abierta a Karl Liebcknecht en la que apoyaba los ideales del espartaquismo, pero le pedía que rechazara la «violencia revolucionaria». Tras el asesinato de Karl Liebcknecht y Rosa Luxemburgo, se afilió durante unos meses en el recién creado Partido Comunista, del que se distanció cuando la dirección del partido rompió con sectores anarcosindicalistas. Aquel mismo año, junto con Kurt Hiller, el anarquista Magnus Schwantje y la feminista Helene Stöcker, fundó la Unión de Opositores a la Guerra, de la que sería el portavoz hasta 1922 y que se convertiría en la sección alemana de la nueva Internacional de Resistentes contra la Guerra. La organización promovía la objección de conciencia radical: no sólo rechazaba el servicio militar obligatorio, sino el servicio civil, el trabajo en fábricas de armamento, y cualquier tipo de actividad que contribuyera al militarismo o al belicismo. La ética pacifista y las ideas sociales emancipatorias de Wegner en los primeros tiempos de la República de Weimar quedaron reflejadas en poemas y artículos que publicó en diversas revistas y periódicos, en los textos que recogió en el opúsculo Der Ankläger. Aufrufe zur Revolution (El fiscal. Llamamientos a la revolución), y en un manifiesto contra la guerra que publicó en 1922.

Al tiempo que se comprometía políticamente y se implicaba con la causa pacifista, Wegner siguió atormentado por los acontecimientos de los que había sido testigo en Oriente. Al igual que Lepsius, que editó al final de la guerra una compilación de documentos de la diplomacia alemana sobre el genocidio armenio, trató por todos medios de zarandear la conciencia de sus compatriotas, cuyo gobierno había sido cómplice de los crímenes. Publicó un libro con las cartas que había escrito desde Anatolia y Mesopotamia, bajo el título de Der Weg ohne Heimkher. Ein Martyrium in Briefe (El camino sin retorno. Un martirio contado en cartas), y otro que recogía los cuadernos de notas, Im Hause der Glückseligkeit. Aufzeichnungen aus der Türkei (En la casa de la felicidad. Apuntes de Turquía). En febrero de 1919, se sumó a las demandas de la diáspora armenia con motivo de la conferencia de paz de Versalles y escribió una carta abierta al presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson exigiendo la creación de un Estado armenio independiente. Dio numerosas conferencias, la primera de las cuales —organizada en el teatro Urania de Berlín por la Sociedad Germano-Armenia que había fundado Lepsius— terminó en un violento disturbio promovido por grupos turcófilos. En 1921 participó como testigo en el juicio de Soghomon Tehlirian, el joven armenio que había asesinado en Berlín a Talat Pashá, el ministro turco responsable de la planificación del exterminio, y prologó luego el libro que difundía las actas del juicio, que había finalizado con la inesperada absolución del inculpado. La experiencia turca le inspiró asimismo un volumen de relatos, Der Knabe Hüssein (El pequeño Husein), y un alegato a favor de los derechos de los armenios, Der Schrei von Ararat (El grito de Ararat), dirigido a los participantes de la conferencia de paz de Lausana de 1922, que debía fijar los límites territoriales de Turquía.

En los años siguientes, una parte importante de su producción literaria estuvo desvinculada de la agitación y la denuncia, aunque siguió creyendo que la literatura podía ser un instrumento de acción política y cambio social, a diferencia de quienes se decepcionaron tras el fracaso del intento revolucionario de 1918-1920. Entre otros textos, publicó un nuevo poemario, Die Straße mit den tausend Zielen (La ciudad de las mil dianas, 1924), y otro volumen de relatos, Wie ich Stierkämpfer wurde und andere Erzählungen (Cómo me convertí en un torero y otras historias, 1928). Su relación con la también escritora Lola Landau, de origen judio y con quien se había casado en 1920, influenció la evolución de su obra. Una comedia de títeres escrita por ambos como diversión familiar terminó por representarse con notable éxito en la Kurfürstendamm bajo la dirección de Max Reinhardt, y en 1929 apareció la novela Moni oder Die Welt von unten (Moni o el mundo visto desde abajo), inspirada en su hija, la primera de sus obras que alcanzaría grandes tiradas. Su popularidad como escritor se acrecentó gracia a sus incisivos libros de viajes, de los que se publicaron extensos avances en periódicos y revistas. El primero, Fünf Finger über dir (Cinco dedos sobre ti, 1930), versó sobre el que llevó a cabo en 1927-1928 por la Unión Soviética. Invitado a participar al décimo aniversario de la Revolución de Octubre con una delegación de escritores y artistas alemanes, visitó Moscú y Leningrado en compañía de Lola Landau, y luego prosiguió en solitario hacia el Cáucaso para conocer Armenia. Los siguientes versaron sobre el que la pareja realizó en 1929 por Mesopotamia, Palestina y Egipto utilizando una motocicleta y una piragua plegable: Am Kreuzweg der Welten. Eine Reise vom Kaspischen Meer zum Nil (En la encrucijada del mundo. Un viaje del mar Caspio al Nilo, 1930); Jagd durch das tausendjährige Land (Caza a través de la tierra milenaria, 1932); y Maschinen im Märchenland. Tausend Kilometer durch die mesopotamische Wüste (Máquinas en el país de la fantasía. Mil kilómetros a través del polvo mesopotámico, 1932). En el ínterin, escribieron conjuntamente la pieza radiofónica Treibeis (Hielos flotantes) sobre las hazañas del explorador ártico Fridtjof Nansen.

La dramática situación social creada a partir de la crisis de 1929 y el consiguiente ascenso del nazismo lo llevaron a tomar una decidida postura antifascista. En las elecciones de septiembre de 1930, Wegner firmó un manifiesto pidiendo el voto por el Partido Comunista, al que se había vuelto a afiliar el año anterior, pese a que su reciente libro sobre la Unión Soviética contenía, a partes iguales, fascinación por «la nueva Rusia» y decepción por los signos de opresión que advirtió durante su viaje. A principios de 1931, se solidarizó públicamente con Carl von Ossietzky, procesado y encarcelado por «traición y espionaje» como editor de la revista Die Weltbühne, que había denunciado el rearme secreto del ejército alemán violando el tratado de Versalles. Como otros escritores, empezó a recibir virulentos ataques de la prensa conservadora y pronazi calificándolo de kulturbolschewist («bolchevique cultural»). Finalmente, Hitler logró ser nombrado canciller en enero de 1933 y pronto fue evidente el peligro que corría cualquier opositor. El Partido Comunista fue ilegalizado a fines de febrero. A fines de marzo, unas 30.000 personas habían sido ya detenidas o asesinadas.

En abril de 1933, Wegner volvió a manifestar su sentir en una nueva carta abierta, en esta ocasión dirigida al Führer. Dos semanas antes de que redactara la carta se había aprobado la «Ley de plenos poderes», el marco jurídico que Hitler necesitaba para establecer una dictadura. En la misiva, Wegner suplicaba al canciller nazi que abandonara su antisemitismo y le reprochaba los primeros actos de persecución de los judíos: el boicot «nacional» contra los comercios judíos que había tenido lugar el primero de abril y la ley que los excluía de cualquier empleo público. Si bien la carta a Woodrow Wilson de 1919 se había publicado en el Berliner Tageblatt, en esta ocasión ningún periódico se atrevió a publicar el texto, de forma que decidió enviarla directamente a la braunen Haus, la sede del partido en Múnich. La carta llegó hasta Martin Bormann, el jefe de la cancillería, y la Gestapo lo detuvo en agosto de 1933. Para aquel entonces, su nombre ya había sido incluido en la primera lista de escritores prohibidos y en las primeras quemas de libros, junto con los de Heinrich Mann, Bertolt Brecht, Stefan Zweig, Alfred Döblin, Emil Ludwig, Lion Feuchtwanger, Erich Maria Remarque, Erich Kästner, Kurt Tucholsky y Ernst Toller, entre muchos otros. Lo torturaron en la infame Columbiahaus de Berlín y después lo internaron en varios campos de concentración. A principios de 1934 lo liberaron gracias a la intercesión de un grupo cuáquero británico y pudo huir de Alemania. El gesto de Wegner fue el único intento por parte de un escritor de desafiar el nazismo ridiculizando la idea de pureza racial germánica y defender de este modo públicamente a la comunidad judía. La inmensa mayoría de intelectuales opuestos al nazismo, incluidos los que tenían un origen judío, creía entonces que la «cuestión judía» ocupaba un lugar secundario en los planes futuros de Hitler. Por el contrario, Wegner intuyó las posibles (y terribles) consecuencias que podían derivarse del antisemitismo del nuevo régimen: un nuevo genocidio como el armenio. Seis años más tarde, pocos días antes de la invasión de Polonia, parece que Hitler exclamó en una arenga privada al mando militar: «Después de todo, ¿quién se acuerda hoy del exterminio de los armenios?».

Tras refugiarse en Londres, Wegner se exilió en 1936 en Italia. Los campos de concentración y el exilio provocaron que se divorciara de Lola Landau, que había huido primero a Dinamarca con su hija y luego había emigrado a Jerusalén. A diferencia de Landau, Wegner no se identificaba con el sionismo y, aunque viajó a Palestina en 1935 para reunirse con ella y su hija, no quiso establecerse allí. En Italia, logró salir indemne de una detención en 1938 y sortear un intento de internamiento en 1941, y sobrevivió a los primeros años de la guerra dando clases de alemán en Padua, probablemente gracias a un pequeña modificación involuntaria en el registro de su nombre. En 1943, cuando el ejército alemán ocupó el norte del país, huyó al sur. Tras la guerra, su nombre quedó relegado al olvido —hasta el punto que se lo dio por muerto en el congreso de escritores alemanes celebrado en Berlín en 1947—, hecho al que contribuyó su propia decisión de permanecer en silencio y alejado de su país natal, que no volvería a visitar hasta 1952. Casado de nuevo con la artista plástica Irene Kowaliska, también de origen judío, con quien tuvo un hijo, recibió algunos premios y homenajes en la década de 1960, aunque apenas volvió a publicar. Falleció en Roma en 1978. (S)
Portada de El fiscal
con un dibujo de
Ludwig Meidner
Boicot contra
los comercios judíos,
1 de abril de 1933
Wegner con uniforme de la sanidad militar en una foto tomada en Turquía en 1915
OBRA | WERKE
CARTA A HITLER
FUENTE | QUELLE
(Or) Armin T. WEGNER, Brief an Hitler, Wuppertal: Peter Hammer Verlag, 2002.
ENLACES | LINKS  
Armenian Deportees: 1915-1916. Photographies taken by Armin T. Wegner. Armenian National Institute.
Armin T. WEGNER, Das Antlitz der Städte, Berlin: Egon Fleischel, 1917. University of Illinois Library at Urbana-Champaign, Internet Archive.
Sven THUN, «Bücherverbrennung 1933 am Beispiel Wuppertal». Exil-Zentrum, Else-Lasker-Schüler-Stiftung.
Rolf HOSFELD, «Retourbillet nach Elysium. Armin T. Wegner», Frankfurter Allgemeine Magazin, 14. Woche, 8. April 1988, Heft 423.
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