Saltana Sobre el genocidio Revista de literatura i traducció A Journal of Literature & Translation Revista de literatura y traducción
INTRODUCCIÓN
El rey Leopoldo II ocupó el trono de Bélgica desde 1865 hasta su muerte en 1909. Desde 1885, por obra del reparto de África acordado en la conferencia de Berlín por las potencias europeas, se convirtió en el propietario a título personal de un vasto territorio, el llamado «Estado Libre del Congo» o «Estado Independiente del Congo», cuya ocupación había emprendido unos años antes con el objetivo de explotar sus recursos naturales, sirviéndose de la Asociación Internacional Africana como pantalla y contratando al explorador estadounidense Henry Stanley para que firmara tratados de cesión territorial en su nombre con los jefes tribales locales. La ocupación fue financiada por un consorcio de bancos y con préstamos del estado belga al rey. Bajo la administración de Leopoldo II, la población del Estado Libre del Congo fue sometida a un régimen de terror para cumplir con un brutal sistema de extracción del caucho y otras materias primas, con atrocidades tales como matanzas en masa y mutilaciones para subyugar a las tribus de la región y procurarse así mano de obra esclava. El resultado fue el exterminio de millones de personas. La demanda mundial de caucho, que experimentó una gran auge a partir de 1890 por la extensión de sus usos industriales, como el neumático, hizo que Lepoldo II amasara una fortuna incalculabe, tanto a través de la explotación directa como del cincuenta por ciento de los beneficios que le pagaban las compañías concesionarias.

Desde principios de la década de 1890, la situación de la población congoleña fue objeto de crecientes denuncias, pese a la maquinaria propagandística de Leopoldo II, que lo presentaba como un filántropo. En ellas desempeñarían un papel fundamental Edmund Morel, un antiguo oficinista de una importante naviera que comerciaba con el Congo, y Roger Casement, cónsul británico en la ciudad de Boma, la capital del territorio. Morel se dio cuenta de las enormes dimensiones del régimen de terror y trabajos forzados establecido bajo la tutela de Lepoldo II, y se dedicó a investigarlo y denunciarlo de manera sistemática mediante artículos, panfletos, conferencias y libros, para lo que fundó incluso su propio periódico, el West Africa Mail. Casement elaboró un informe para el Foreign Office donde describía con detalle matanzas, mutilaciones y torturas, informe que se hizo público en 1904. Con la ayuda de Casement, Morel fundó poco después la Asociación para la Reforma del Congo, que organizó una campaña internacional de protesta y consiguió sensibilizar a la opinión pública de habla inglesa, así como presionar a los gobiernos británico, estadounidense y otros para que adoptaran una postura contraria al monarca. La Asociación contó con el apoyo, entre otros, de Mark Twain, que publicó el texto satírico Soliloquio del rey Lepoldo  en 1905, y Arthur Conan Doyle, que publicó El crimen del Congo  en 1909. Joseph Conrad, que había pasado seis meses en el Congo y cuya aterradora novela El corazón de las tinieblas (1902) estaba inspirada en lo que había visto durante su estancia, escribió una larga carta a Casement donde decía que era insólito «que la conciencia de Europa, que puso fin al comercio de esclavos por razones humanitarias hace setenta años, tolere el Estado del Congo».

Gracias a los esfuerzos de la Asociación y el líder socialista Émile Vandervelde, el parlamento belga forzó al rey a convocar una comisión de investigación, que confirmó las acusaciones contenidas en el informe de Casement, y lo privó finalmente en noviembre de 1908 de su poder personal sobre el Congo, que pasó al estado belga. Leopoldo II, que fallecería al cabo de un año, ordenó quemar los archivos sobre el Estado Libre del Congo existentes en Bélgica y en la colonia. No obstante, el final del régimen de trabajos forzados para extraer caucho no se produjo hasta 1912 y no implicó pérdidas para la casa real, que fue indemnizada, ni para las compañías concesionarias de la explotación del caucho del Congo belga. Por aquel entonces, América Latina y el Sudeste asiático se habían convertido en grandes regiones productoras y los precios internacionales del caucho habían bajado de tal manera que el método de recolección congoleño había dejado de ser un negocio rentable.

En 1934, cuando Bertrand Russell incluyó un resumen sobre el caso del Congo dentro del capítulo dedicado al imperialismo de su ensayo Libertad y organización, 1814-1914, la palabra «genocidio» —un concepto jurídico inventado por Raphael Lemkin— todavía no se había incorporado al diccionario. En rigor, las crímenes del Congo no fueron un intento deliberado de eliminar un grupo étnico. La razón última de las atrocidades fue económica, no ideológica. Sin embargo, existió un plan sistemático para aterrorizar, esclavizar y, en su caso, eliminar físicamente a cualquiera que ofreciera resistencia. Morel definió el gobierno del Congo como «una sociedad secreta de asesinos con un rey como compinche» y el hecho de que una exigua minoría blanca juzgara recomendable o aceptable el asesinato y la tortura en masa de la población negra no puede separarse del racismo imperante. Se llegó al extremo, por ejemplo, de exigir a la milicia que entregara un miembro mutilado por cada bala usada como prueba de «no haberla malgastado en animales». El número de víctimas fue mucho mayor que el de las matanzas y las deportaciones de armenios de 1915, considerado el primer gran genocidio del siglo XX.

Para Russell, el caso del Congo era un ejemplo paradigmático de la codicia que había guiado la expansión imperial europea y, como observa con ironía al principio, ponía en tela de juicio la creencia de algunos «filósofos radicales» —esto es, los benthamitas— de que el lucro podía ser un «motivo aceptable de la actividad útil». Entre las fuentes que Russell utilizó para redactar el capitulo sobre el imperialismo de Libertad y organización, sobresale un texto del economista John. A. Hobson, Imperialismo: un estudio (1902). Hobson fue el primero en analizar la formación de los imperios europeos en el siglo XIX a partir de la búsqueda de rápidos y mayores beneficios en ultramar por parte de la aristocracia y la alta burguesía, a las que el nuevo capitalismo industrial dotaba de grandes capitales excedentes, y de su capacidad de poner la presión política y la fuerza militar de los gobiernos al servicio de sus intereses particulares. Russell subraya a lo largo del capítulo esta dimensión económica predatoria y sus efectos en otros casos, como el de la colonización de Matabeleland —una región del actual Zimbabwe— por los británicos, que también derivó en trabajos forzados después de que se privara a la población de sus fuentes de subsistencia tradicionales, como el ganado, con el fin de obligarla a convertirse en mano de obra de los nuevos dueños de la tierra. 

La visión de Russell en su ensayo de 1934 sobre la estrecha vinculación entre imperialismo y capitalismo no distaba mucho de la del mismo Edmund Morel, que publicó en 1920 un libro cuyo título era una parodia del famoso poema de Kipling «La carga del hombre blanco». En La carga del hombre negro, afirmaba:

Durante tres siglos, el hombre blanco capturó y esclavizó a millones de africanos y los transportó por los mares en cuantas condiciones de extrema crueldad quepa concebir. Pese a todo, los africanos sobreviviron y, en su país de exilio, se multiplicaron en gran numero. Sin embargo, lo que no consiguió la ocupación parcial de su tierra por parte del hombre blanco, lo que no consiguieron la ametralladora Maxim y el rifle, el virote, el trabajo en las entrañas de la tierra y el látigo, lo que no consiguieron el sarampión, la viruela y la sífilis importados, puede que lo consiga la moderna explotación capitalista, ayudada por modernos instrumentos de destrucción. El africano no tiene escapatoria frente a los males de lo último, aplicado e impuesto de manera científica. Sus efectos destructivos no son dinscontinuos. Son permanentes. En la permanencia residen sus fatales consecuencias. No sólo mata el cuerpo, sino el alma. Aplasta el espíritu. Ataca al africano en cada momento y desde cualquier flanco. Deshace su sistema de gobierno, lo desarraiga de la tierra, invade su vida familiar, destruye sus ocupaciones y sus pasatiempos naturales, le exige todo su tiempo, lo esclaviza en su propio hogar.

Russell no sólo simpatizó en su momento con la Asociación para la Reforma del Congo, sino que mantuvo posteriormente una relación personal con Morel. Pacifistas ambos, participaron en 1914 en la fundación de la Unión de Control Democrático, una organización formada por políticos, intelectuales y activistas de ideas reformistas opuestos a la guerra y defensores de una paz negociada, entre los que se encontraba el futuro primer ministro Ramsay MacDonald. La Unión llegó a tener 650.000 miembros en 1917 y Morel, que era su secretario, fue encarcelado tras una campaña de difamación que lo presentaba como agente alemán. Unos meses después, también fue encarcelado Russell, que había sido elegido secretario de la Unión contra el Servicio Militar Obligatorio en 1916, y coincidieron en la misma prisión. Morel moriría en 1924 y, en la Autobiografía que publicó entre 1967 y 1969, Russell le dedicaría un emocionado recuerdo:

Llegué a conocer a algunas personas por las cuales podía sentir una profunda admiración, entre los cuales debo colocar en primer lugar a E. D. Morel. Lo conocí en los primeros días de la guerra y lo vi a menudo mientras estuvimos en la cárcel. Tenía una inquebrantable devoción a la presentación verídica de los hechos. Al haber expuesto las iniquidades de los belgas en el Congo, le resultaba difícil aceptar el mito de la «valerosa pequeña Bélgica». Al haber estudiado con minuciosidad la diplomacia de los franceses y de sir Edward Grey respecto a Marruecos, no podía contemplar a los alemanes como los únicos pecadores. Con una inagotable energía y una gran habilidad frente a los obstáculos de la propaganda y la censura, hizo lo que pudo para ilustrar a la nación sobre los auténticos propósitos por los que el gobierno empujaba a los jóvenes hacia el despeñadero. Los políticos y la prensa lo atacaron más que a ningún otro opositor a la guerra y, de todos los que habían escuchado su nombre, el noventa y nueve por ciento creía que estaba a sueldo del káiser. Al final lo mandaron a la cárcel por el delito meramente técnico de haber empleado a la señorita Sidgwick para el correo, con el propósito de enviar una carta y algunos documentos a Romain Rolland. No estaba en la primera sección, como yo, y sufrió daños en la salud de los que nunca se recuperó. Pese a ello, nunca desfalleció. Se quedaba a menudo despierto por la noche hasta muy tarde para confortar a Ramsay MacDonald, que tenía frecuentes cambios de ánimo; sin embargo, cuando MacDonald llegó al gobierno, le pareció inconcebible incluir a alguien tan manchado de germanismo como Morel. A Morel le dolió profundamente su ingratitud y murió poco después de un ataque al corazón, provocado por las privaciones de la vida en prisión.

El Congo de Lepoldo II no fue el único lugar del continente africano donde se implantó un régimen de trabajos forzados para extraer caucho. También sucedió en el África Ecuatorial francesa, como apunta Russell al final de su texto. Sin embargo, las denuncias en este sentido caerían en saco roto, pese a los esfuerzos de Félicien Challaye, un profesor de filosofía que había acompañado en 1905 al explorador Pierre Savorgnan de Brazza en una misión del gobierno francés encargada de investigar «la condición moral y material de los indígenas del Congo [francés]». Después del fallecimiento de Savorgnan de Brazza y de que el Ministerio de Colonias ignorara y clasificara como secreto el informe de la comisión investigadora —que describía torturas, asesinatos, matanzas y uso de mano de obra esclava—, Challaye publicó diversos artículos sobre la deplorable situación de la colonia. Colaboró con Morel y la Asociación para la Reforma del Congo, denunció en 1911 a la principal compañía concesionaria en el norte del Congo francés, e intentó crear una asociación para defender los derechos de los nativos.

Que el ocupante fuera el estado francés, y no un soberano a título personal, no implicó ninguna diferencia sustancial en el modus operandi. Hacia 1900, un grupo de empresarios y parlamentarios franceses reclamaron el establecimiento de concesiones para explotar los recursos naturales de las colonias en general y del África Ecuatorial en particular. En pocos años, por decreto, un puñado de compañías obtuvo la concesión de la explotación del caucho, el marfil y la madera en el Congo francés. A cambio, la administración colonial recibía un porcentaje de los beneficios. Al igual que en el Congo de Lepoldo II, el dominio colonial y las concesiones se extendieron a las llamadas «tierras vacantes», es decir, a tierras que, en realidad, eran bienes comunales de la población africana. Las estimaciones del exterminio en ambos territorios del Congo tampoco difieren: se calcula que la población que vivía en la selva ecuatorial se redujo a la mitad debido a las matanzas, los trabajos forzados, el hambre y las enfermedades. (S)
Bertrand Russell
Recolección de latex en Lusambo, 1903
Recolección de latex de
las lianas del caucho
en Lusambo, 1903
Edmund Morel, 1904
Edmund Dene Morel
en la oficina de la Asociación para la Reforma del Congo, 1904
OBRA | WORK
EL CONGO
FUENTE | SOURCE
(Or) Bertrand RUSSELL, Freedom versus Organization, 1814-1914, Londres: Allen & Unwin, 1934, pp. 448-456.
ENLACES | LINKS  
Edmund D. MOREL, The Congo Slave State: A Protest Against the New African Slavery; and an Appeal to the Public of Great Britain, of the United States, and of the Continent of Europe, Liverpool: J. Richardson & Sons, 1903. Harvard University.
Congo Reform Association, Evidence laid before the Congo Commission of Inquiry at Bwembu, Bolobo, Lulanga, Baringa, Bongandanga, Ikau, Bonginda, and Monsembe, Liverpool: J. Richardson & Sons, 1905. University of California Libraries.
Edmund D. MOREL, Red rubber: the story of the rubber slave trade which flourished on the Congo for twenty years, 1890-1910, Manchester: National Labour Press, 1919. Northeastern University, Snell Library.
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